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Piqueteros: casi tres décadas de una protesta dura y de poco rédito que afecta a la sociedad

Jornada de piquetes: cortes de rutas, accesos y calles en Buenos Aires y todo el país
El martes hubo jornada de piquetes en todo el país

Los piqueteros nacieron como un movimiento de protesta, de resguardo, de salvaguarda del trabajo. Ni resguardo, ni salvaguarda. Sólo quedó la protesta. A mediados de los 90, la política económica del gobierno de Carlos Menem devino en un crecimiento de la pobreza y la desocupación. Las privatizaciones, alentadas por el consenso de Washington al que Menem adhirió casi sin concesiones, fueron la génesis del piqueterismo.

El primero de los piquetes nació en Neuquén, cuando la privatización de YPF dejó casi sin trabajo a la población de Cutral-Co y Plaza Huincul, dos ciudades petroleras a la vera de la ruta nacional 22. Entre junio y julio de 1996, los pobladores cortaron el tránsito por esa ruta con vallas, neumáticos ardiendo y “piquetes” organizados a lo largo de las veinticuatro horas.

La rebelión de Cutral-Co y Huincul se extendió también a gran parte de la provincia y se replicó en mayo del año siguiente en Tartagal, Salta, donde la privatización de la petrolera estatal también dejó un tendal de desocupados, incapaces de pagar sus viviendas construidas por préstamos del Fonavi o del Banco Hipotecario. De hecho, todos esos movimientos “piqueteros” nacieron como MTD (Movimiento de Trabajadores desocupados) o como UTD (Unión de Trabajadores Desocupados) en Salta. Fueron MTD las principales organizaciones de la época: Teresa Rodríguez, en homenaje a una trabajadora asesinada en Cutral Co en abril de 1997, “Aníbal Verón” , asesinado en Tartagal, “General San Martín”, en Chaco.

En 1997, la protesta piquetera se instaló en el Gran Buenos Aires, en especial en Florencio Varela y La Matanza, las zonas más afectadas por la crisis económica: ese año se llevaron adelante allí veintitrés cortes de ruta, que se sumaron a los cincuenta y tres cortes en el resto del país.

La crisis del 2001, la ilusión de las “asambleas populares” y la furia social que desató el “corralito” bancario impuesto por el ministro de Economía Domingo Cavallo, dio origen a un cántico singular, además del otro ilusorio que exigía “Que se vayan todos”: este decía: “Piquetes, cacerolas / la lucha es una sola”. Pasó no hace mucho y no tan lejos. Un año después, las cacerolas insultaban a los piquetes que perturbaban el tránsito en la ciudad de Buenos Aires.

2001
Postal de las protestas del 2001

El 26 de junio de 2002, el comisario de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Alfredo Fanchiotti, mató en Avellaneda a los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, enrolados ambos en la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, obligaron al entonces presidente Eduardo Duhalde a llamar a elecciones anticipadas y dejó de alguna manera trunco su proyecto de encuadrar en el justicialismo al movimiento piquetero que no ya integraba las organizaciones de izquierda. Algo parecido había hecho ya la Central de Trabajadores Argentinos, opuesta a la CGT y liderada entonces por Víctor De Gennaro, que había agrupado a algunos expresiones piqueteras en el Frente Nacional contra la Pobreza, adherido al Frepaso. En 2002 aquello era la prehistoria.

Para septiembre de ese año, el Estado cedía al movimiento piquetero unos veinte millones de pesos mensuales, de aquella época. Algunos datos para memoriosos. En mayo de 2002 el 51,4 por ciento de la población (cerca de dieciocho millones de personas) estaban por debajo de la línea de pobreza. Los indigentes habían aumentado en los primeros cinco meses del año a un 42,5 por ciento (unas siete millones ochocientas mil personas). La línea de pobreza estaba fijada en los 626 pesos mensuales (155 dólares) para una familia tipo; y la indigencia estaba clavada en menos de 266 pesos (unos 66 dólares). Según el INDEC, en ese lapso la canasta básica de alimentos había aumentado un 35,7 por ciento. Entre mayo de 2000 y mayo de 2002, en el Gran Buenos Aires se había registrado un aumento de dos mil quinientos pobres y mil seiscientos veinticinco indigentes por día.

Por entonces, las tres organizaciones piqueteras más renombradas eran la de la CTA que reconocía a Luis D’Elía, de la Federación Tierra y Vivienda, y a Juan Carlos Alderete, de la Corriente Clasista y Combativa, como principales figuras. D’Elía había sido concejal por el Frepaso y era entonces diputado provincial por el Frente para el Cambio. Alderete adhería al Partido Comunista Revolucionario. El Bloque Piquetero reconocía como representantes a Néstor Pitrola, del Polo Obrero brazo del Partido Obrero y a Roberto Martino, del Teresa Rodríguez, sin adhesión a partido político alguno. La tercera organización era el movimiento Aníbal Verón, con Juan Cruz Daffunchio Del Movimiento de Trabajadores Desocupados, sin partido político y a Nicolás Lista, de la Coordinadora de Trabajadores Desocupadas, respaldada por el grupo Quebracho.

Luis D'Elía encabezando una movilización (Télam)
Luis D’Elía encabezando una movilización (Télam)

El kirchnerismo incorporó a los piqueteros al gobierno, desde los primeros días de Néstor Kirchner en el poder. En 2004, Jorge Ceballos, ex montonero y ex dirigente de Quebracho, coordinador del Movimiento Barrios de Pie, militante de Patria Libre, fue nombrado Director de Asistencia comunitaria del ministerio de Desarrollo Social en manos de la hermana del presidente, Alicia Kirchner.

Luis D’Elía fue otro kirchnerista fervoroso: “Mientras el Presidente siga así, somos kirchneristas”, dijo cuando trabajaba junto al ministerio de Planificación en el trazado de un plan de viviendas para piqueteros. En 2006 sería subsecretario de Tierras para el Hábitat Social. También Raúl Castells, uno de los dirigentes de discurso más duro, se acercó a su modo al kirchnerismo. El piquetero Emilio Pérsico fue subsecretario de Políticas Públicas del gobierno de la provincia de Buenos Aires a cargo de Felipe Solá. Pérsico vinculó a su movimiento al Bloque Piquetero del Partido Obrero, al MST y al Partido Comunista.

Si la intención del kirchnerismo era la de articular la relación entre gobierno y organizaciones sociales para frenar las protestas masivas, el tiro salió por la culata. Durante los años siguientes, en los que perduró el intento del gobierno de controlar lo incontrolable, años en los que el chavismo venezolano financió y sostuvo actos piqueteros, mientras algunas de sus figuras se relacionaban con Irán, la expresión piquetera se hizo más dura en las calles.

Emilio Pérsico
Emilio Pérsico

Los cortes fueron más prolongados, se lesionó el derecho a transitar y a trabajar del resto de la población, nació la amenaza cumplida del “acampe” en la sufrida 9 de Julio, que sirvió para estigmatizar a los porteños, a la ciudad y a sus ocasionales autoridades, acciones que no dieron mayor réditos, por no decir que dieron muy pocos, a esas organizaciones.

En 2007 algunas mentes piqueteras lúcidas sostuvieron “Ya no es negocio cortar las calles”. Mucho antes, uno de los dirigentes piqueteros mencionados en esta nota, admitió a este cronista que tal vez era hora de cambiar el método de protesta.

¿Puede hacerlo los piqueteros? ¿Quieren hacerlo? ¿Cómo debería ser una protesta que, sin perder fuerza, evite dañar al resto de la sociedad y sirva para recuperar una adhesión que ya está perdida de hace mucho?

En Argentina “ganar la calle” da la ilusión, a menudo equivocada, de ejercer un poder omnímodo sobre el resto de la sociedad. Las tremendas cifras de pobreza, indigencia y desamparo, la inflación galopante y el futuro incierto, avizorado pero incierto, piden, a gobiernos y piqueteros, más inteligencia. Y ni no la hay, un poco más de picardía.

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